DEMOCRACIA Y LIBRE ALBEDRÍO (VII)
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Democracia y libre albedrio (VII)
Por JUAN FRANCISCO PEREZ MERCADO
Luis Carlos Restrepo define la libertad de querer como la capacidad que
tiene el ser humano para romper su orden simbólico interno y para proponer
nuevos modelos de pensamiento y de acción. Esta ruptura no puede dares si la
persona no ha adquirido la responsabilidad antecedente.
De modo natural el hombre actúa buscando su felicidad y lo hace
realizando los actos que él libremente ha elegido y ejecutándolos del modo que
él ha decidido; pero en cuanto su acción repercuta en otro u otros, cada
persona está obligada a obrar con justicia.
Buscar la felicidad es natural, pero lograr la justicia de sus actos es
algo que un hombre debe querer y debe aprender. Y es bien sabido que no se
puede querer lo que no es conocido y apreciado. Y ¿cómo puede un hombre conocer
el concepto de justicia y cómo puede además quererlo, si es algo que contraria
sus propias tendencias naturales?
La respuesta es: mediante el método enseñanza-aprendizaje que muestra al
aprendiz el valor del objeto enseñados y lo persuade de su valiosidad. El
resto del proceso depende del combate del propio aprendiz consigo mismo
para autocontrolarse, dominar y canalizar las fuerzas de sus tendencias,
inclinaciones, emociones, intereses, paradigmas, actitudes, hábitos y
condicionamientos que configuran su carácter, a fin de adquirir la capacidad de
realizar actos que obedezcan las directrices de la razón, o lo que es lo
mismo, para perfeccionar la innata capacidad de ser libre.
La democracia es autogobierno y autogobierno implica concebir y cumplir
normas que realicen el valor de la justicia; también exige interés y
acciones enderezados
al bien común, así como participación de los ciudadanos en actividades
colectivas que trascienden el interés privado.
Y esto solo pueden hacerlo los hombres que hayan conquistado su
libertad de querer, interior, moral o libre albedrío, mediante la
educación y con esfuerzos
y combates individuales. Por eso podemos afirmar que democracia en un
Estado cuyo pueblo no esté conformado por hombres libres, configura una contradicción esencial.
En consecuencia, no as una democracia.
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