DEMOCRACIA Y LIBRE ALBEDRÍO (VI)
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Democracia y libre albedrio (VI)
Por JUAN FRANCISCO PEREZ MERCADO
Sin cultivo, esto es, sin educación, la libertad de querer,
libertad moral, interior o libre albedrío es demasiado cercana al determinismo
natural o biológico, e implica solamente que la conducta de la persona no está determinada de modo absoluto por la naturaleza, porque sus tendencias,
inclinaciones y hábitos son inconclusos y por ello no provocan la conducta por
sí solos. Por este motivo, para la realización de todo acto la acción de
la naturaleza ha de ser complementada mediante la operación de la inteligencia
y la voluntad del sujeto, donde residen, respectivamente, la razón y la
libertad. La filosofía llama a esta libertad naciente "libertad
de", es decir, libertad respecto de las tendencias, inclinaciones,
actitudes, hábitos y condicionamientos, pero si aquella no es cultivada, estos
son los que dominan en el momento de decidirse y realizarse el acto.
Para que la “libertad de" se convierta en una libertad donde
la razón tenga el señorío sobre las tendencias, inclinaciones, actitudes,
hábitos y condicionamientos, esto es, una libertad de querer, libertad
moral, interior o libre albedrío desarrollada, es preciso que cada persona
adquiera, a través de la educación de su inteligencia y su voluntad y
mediante esfuerzos individuales, la capacidad de la responsabilidad. Pero no de
la responsabilidad consecuente, según la cual el hombre debe responder
por las consecuencias de sus actos libres, sino de la responsabilidad
antecedente, llamada así porque antecede a la libertad de querer, moral,
interior o libre albedrío. Este último tipo de responsabilidad no es la otra
cara de la libertad, ni la contrapartida de esta, como se dice de la responsabilidad
consecuente, sino la capacidad que adquiere el ser humano para reconocer sus
determinismos y estar dispuesto a superarlos, coma la define Luis Carlos
Restrepo y lo señala Carlos Llano Cifuentes.
La responsabilidad antecedente es la condición de posibilidad de la
libertad de querer, moral, interior o libre albedrío, pero no al nivel precario
de la "libertad de", que se posee naturalmente, sino al nivel de
la "libertad para", es decir, de la libertad moral o libertad de
querer adquirida por aprendizaje y ejercida con predominio de la razón
en procura del bien individual y social de la persona. En efecto, si una
persona ignora que ella es un ser determinado por sus tendencias,
inclinaciones, actitudes, hábitos, y condicionamientos, o lo sabe pero
carece de la disposición para superar lo que la determina, tal persona no podrá
ejercer la libertad de querer, libertad moral, interior o libre albedrío,
sino que su conducta será determinada o causada por sus tendencias o
apetitos sensibles. Será, en consecuencia, una conducta irresponsable.
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