LA DIGNIDAD HUMANA II
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La
dignidad humana (II)
Por
JUAN FRANCISCO PEREZ MERCADO
En su acepción
absoluta, la palabra dignidad hace alusión al mérito especial, inherente e
intrínseco que tiene el hombre en razón de su componente espiritual. El
hombre, ciertamente, es un compuesto de cuerpo y espíritu, pero en el
instante del inicio de su vida estos dos componentes tienen modalidades de
existencia distintas: el cuerpo, una existencia actual; el espíritu,
una existencia potencial. Aquel, inmaduro al inicio, requiere de un
proceso de maduración biológica y de actos de mantenimiento para su
conservación y desarrollo; éste, actualizado con cada aprendizaje, queda
siempre abierto a nuevos aprendizajes que le permiten un
desarrollo ilimitado, aunque secuencial y sucesivo.
Para el desarrollo tanto del cuerpo como del espíritu, son
indispensables ciertas condiciones ambientales y de trato que sean acordes
y favorables a la naturaleza corpóreo-espiritual del hombre. A estas
condiciones necesarias para su existencia y desarrollo tiene derecho
el hombre y por tanto las merece, es decir, el hombre tiene mérito de
ellas por la naturaleza de su ser. En esto consiste la dignidad humana, que
hemos definido como el mérito especial e intrínseco que tiene el hombre a
las condiciones necesarias para su existencia y desarrollo conformes
a su naturaleza.
Pero si el mérito de
la dignidad humana que tiene el hombre deviene de su naturaleza, con las
mismas razones podríamos decir que los otros seres vivos tienen también
dignidad -considerada como un merecimiento de las condiciones necesarias para
su existencia y desarrollo- puesto que ellos también tienen una naturaleza que le
es propia y exige determinadas condiciones para su desarrollo.
Sin embargo, la
naturaleza del hombre tiene un componente que es privativo suyo -el espíritu-y
se constituye en la base de la grandeza, eminencia y superioridad que le
confiere la dignidad humana, debido a que mediante su operación el hombre se
autogobierna, ejerce dominio sobre sí mismo y se autodetermina. El
hombre, que nace inacabado e imperfecto, tiene en su espíritu
la capacidad de acabarse y perfeccionarse a sí mismo. Esta capacidad
de autoformarse que tiene el hombre, con cuya actualización completa la
obra inconclusa de la naturaleza, exige para su ejercicio pleno unas
condiciones sociales, económicas, políticas, jurídicas, psicológicas,
culturales y de trato, que sean propicias para su existencia y
desarrollo por estar conformes con su propia constitución corporal y
espiritual. Esta capacidad autopoiética (de hacerse a sí mismo)
convierte al hombre en un fin o bien en sí mismo, estimable en sí y por sí, por
lo cual no puede ser medio para algo y, en cambio, todos los demás
entes son medios para alcanzar el fin o bien que el mismo es.
En esto consiste la
dignidad humana, la cual decimos, por eso, que consiste en el mérito
especial, inherente e intrínseco que tiene el hombre a unas condiciones
ambientales y de trato acordes con su propia naturaleza, debido a su
componente espiritual.
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