LA PROACTIVIDAD (IV)
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La
proactividad (IV)
Por JUAN FRANCISCO PEREZ MERCADO
Los actos que un ser humano realice son, pues,
actos reactivos o actos proactivos. Aquellos son determinados por la naturaleza y pueden
consistir en reflejos
o hábitos (estos últimos constituyen la Ilamada segunda naturaleza), y estos son autodeterminados por
el sujeto mediante una operación
conjunta de sus tendencias,
sus inclinaciones, su amor
propio y su razón, operación en la cual esta última ejerce su senorío sobre las otras
fuerzas irracionales. El acto
proactivo es, entonces, como ya lo hemos dicho, un acto libre, ya que su realización implica la ruptura del orden simbólico
del sujeto, vale decir, de sus habitos, actitudes y condicionamientos, y la adopción de nuevos modelos de pensamiento y acción, como
dice la definición de
libertad que da Luis Carlos Restrepo.
Las actitudes, hábitos y
condicionamientos de una persona, organizados en un haz, constituyen su carácter, su ethos, es decir, su
personalidad moral, su modo de ser, su "morada", como dice Heidegger. De este
carácter brotan
los actos cotidianos del sujeto, que los realice espontáneamente, no inconscientemente pero sí sin
tensión en su
conciencia. Pero estos actos siempre son iguales y cada uno representa una repetición de
los anteriores.
Esta uniformidad obedece a que un hábito es una impulsión automática a realizar un acto o una
serie de actos a partir de una señal que los pone en marcha. Por eso el carácter, la morada del
sujeto, le da estabilidad a este y le facilita la vida cómodamente, pero se opone al
cambio y a la realización de nuevas metas y propósitos.
Entonces, si una persona quiere
cambiar, quiere actuar de otro modo al habitual, o desea alcanzar nuevas metas -como suele ocurrir al principio o fin de cada año-
necesita, indefectiblemente,
obrar sobre su carácter para cambiar ciertos hábitos, actitudes o condicionamientos,
o para erradicarlos y adquirir unos nuevos que le permitan el logro de sus
propósitos. Si no
hace esto, su conducta seguirá siendo la misma de siempre, puesto que sus actos cotidianos brotan de su carácter, que es la
configuración de sus hábitos, actitudes y condicionamientos. Estos constituyen su orden simbólico interno, los cuales
determinan sus pensamientos y sus actos, orden en el que debe producirse una ruptura mediante el ejercicio de Ia
libertad, o lo que es lo mismo, mediante la realización de actos proactivos o
libres.
De lo dicho se colige que una persona
no puede adquirir el hábito de la proactividad si no realiza, con sostenida disciplina, ejercicios de
autoconciencia que le permitan ser vigilante de sus sentimientos, pensamientos y actos, para valorarlos y decidir su modificación a
fin de ajustarlos a sus nuevos propósitos y fines. Intentar modificar el carácter
o modo de
ser, que es el fundamento de todo cambio, de toda nueva aspiración, es ilusorio
y conduce al fracaso y la decepción.
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