COLOMBIA: ¿AUTORIDAD O AUTORITARISMO?
Prólogo
Es profundamente gratificante
para mí realizar el prólogo al libro de mi padre. Designación que me honra en
alto grado.
Aunque en su libro aborda de
manera sencilla y profunda las grandes y sutiles diferencias
entre Autoridad y Autoritarismo en el escenario político, es
importante destacar la aplicación de estos conceptos en los ámbitos
familiar, escolar, empresarial y social. Por tal razón me referiré en
el presente prólogo a matizar su pertinencia en los espacios familiar y
empresarial, conforme a mis vivencias.
El inicio de mi vida laboral fue
un hecho que tuvo un impacto muy fuerte en mi proceso de socialización como
persona, por cuanto generó muchas angustias e inquietudes por el contraste tan
marcado -y totalmente opuesto- del manejo del poder vivenciado en mi familia en
relación con el de la empresa donde me inicié laboralmente. Mientras que el
ejercicio del poder en el seno familiar era noble y generoso, en la empresa era
déspota y dictatorial.
Mi perplejidad fua mayor aún, al
constatar que en algunas familias se ejercía también una forma de violencia
sutil en la intimidad, es decir, que es en la más tierna infancia donde se
comienza a padecer el autoritarismo y por lo tanto a perpetuarlo.
De manera que, me di cuenta
rápidamente que la mayoría de los gerentes dirigían sus empresas de forma
autoritaria y de igual manera que, algunos padres de familia ejercían su poder
de la misma forma, aunque más sutilmente, en el nicho familiar. Llegué incluso
a cuestionar silenciosamente la educación impartida por mi padre, pues
contrastaba con la imperante, por cuanto observaba que tenía más éxito y
prestigio la persona que perpetuaba el modelo autoritario.
Sin embargo, solo hasta ahora,
después de 15 años y luego de largas y enriquecedoras conversaciones con mi
padre, concretadas en su mayoría en el presente libro, he logrado comprender el
porqué de la magnitud del impacto: fui educado por un padre que ejerció la
autoridad y no el autoritarismo. Fui educado por un hombre que se atrevió,
guiado por su intuición, a educar de una manera totalmente opuesta a la
imperante en la cultura. Cultura que no solo ofrece el modelo autoritario sino
que lo estimula y promueve.
Por tal razón el impacto o choque
entre mi estructura mental y el paradigma cultural, inevitablemente debía ser
de gran magnitud, pues advertí que la educación familiar ejercida con autoridad
se constituyó en un islote, en medio del autoritarismo circundante.
Comprendí que, paradójicamente,
la educación con autoridad que recibí fue y es la que me ha permitido superar
el servilismo que requiere la ideología autoritaria y la que además, es
garantía para la conquista de mi libertad o independencia, porque como dice el
Dr. Luis Carlos Restrepo: “para ganar la independencia, el cachorro humano debe
haber vivido de manera plena, sin rupturas ni chantajes, la dependencia”.
Esta obra sencilla y clara sobre “Autoridad y Autoritarismo” revela de manera profunda nuestra herencia guerrera, es decir, nuestra cultura guerrera y autoritaria, que deja su impronta en todas las etapas de socialización del individuo desde la familia y la escuela, hasta la empresa y la sociedad.
Por ello aspiro a que los
lectores de este libro se den cuenta que en el sitio de poder que ostentamos
como padres, cónyuges, docentes o directivos podemos estar ejerciendo
autoritarismo, por cuanto es el modelo imperante, fomentado y estimulado por
nuestra cultura.
Pero la nocividad del
autoritarismo no debe conducirnos, como parece estar sucediendo en varios
ámbitos sociales, a la excesiva permisividad o abdicación de la autoridad, por
cuanto sus consecuencias son más nocivas que las que se están tratando de
superar. En efecto, una educación sin normas y excesivamente condescendiente impide
aún más el desarrollo de la persona y conduce a la anarquía, que a su vez en el
ámbito político genera autoritarismo.
Por eso el ejercicio de la autoridad no es fácil, porque requiere de hombres que hayan conquistado su libertad para autodeterminarse y autodirigirse con base en principios universales que han prevalecido en toda sociedad progresista desde los inicios de la humanidad. Quizás por no ser tan fácil el ejercicio de la autoridad, se opta por el autoritarismo, configurándose el ethos violento y facilista que nos caracteriza.
Finalmente, quiero expresarle a mi padre mi más profunda gratitud y admiración por este legado, altamente significativo para mi desarrollo personal, pero que a la vez se erige como un gran desafío para perpetuar el modelo de autoridad -cuidadosamente ejercido por él- en los sitios de poder a donde me arrastre mi carácter y que la gratuidad de la vida me ofrezca. Esa sería una forma de retribuirle y darle continuidad a su legado.
Oscar Alejandro Pérez Palomino
Ingeniero Geógrafo
Máster Administración de Empresas
Profesor universitario
TABLA DE CONTENIDO
Prólogo 7
Capítulo I. Autoritarismo: consecuencia de la Anarquía 13
Capítulo II. Confusión entre el concepto de Autoridad y
Autoritarismo 19
Capítulo III. Diferencia entre Autoridad y Autoritarismo 25
Capítulo IV. A la democracia le es inherente la Autoridad 31
Capítulo V. La abdicación de la Autoridad genera
violencia 37
Capítulo VI. Paralelo entreAutoridad y Autoritarismo 43
Capítulo VII. Autoritarismo: un escape de la libertad 51
Resumen 62
CAPÍTULO I.
AUTORITARISMO:
CONSECUENCIA DE LA ANARQUÍA
Me parece que no existe un
término que exprese mejor la grave situación de Colombia, que la
palabra anarquía. Anarquía significa exactamente lo mismo que
expresa su etimología griega: sin autoridad.
Autoridad, a su vez, significa
poder legítimo, es decir, autoridad es el modo legítimo de ejercer el poder que
le ha sido concedido a una persona para lograr que otra u otras hagan lo que
debe hacerse con miras al bien común, persuasivamente o, en su defecto,
mediante la coerción.
Si en Colombia hubiera autoridad
en los términos expuestos, es muy seguro que no habría tanta injusticia social,
guerrillas, paramilitares, narcotraficantes, funcionarios corruptos, impunidad,
ni venganza “institucionalizada” en justicia privada. Habría confianza entre
los ciudadanos y en las instituciones auténticas de nuestra organización
social. Habría, también, delitos, contravenciones y otras violaciones del orden
jurídico, pero todos estos fenómenos conflictivos serían sometidos al sistema
de justicia institucional del Estado para su solución por parte de las
autoridades de la república, que han sido constituidas para preservar la vida,
honra y bienes de los ciudadanos.
Pero en nuestro país se han
fortalecido tanto las insurgencias armadas, que los diferentes grupos que las
han abrazado constituyen auténticos poderes que, además han logrado
efectividad, es decir, eficiencia y eficacia dentro de sus protervos
fines. Esos poderes, desde luego, no han sido concedidos y el
modo de ejercerlos es el autoritarismo, modo ilegítimo de ejercicio del poder
que difiere de la autoridad. Autoridad dijimos ya, pero lo repetimos,
es el modo legítimo de ejercer el poder que le ha sido concedido a
una persona para lograr que otros hagan lo que debe hacerse con miras
al bien común, mediante la persuasión o, en su defecto, mediante la
coerción.
Esos poderes ilegítimos, nacidos del caldo de cultivo de la anarquía o ausencia de autoridad, tiene la capacidad de lograr que otros hagan, no lo que debe hacerse en aras del bien común, sino lo que ellos quieren en beneficio de sus propios intereses, y alcanzan sus logros no solo alejados del bien común, sino con detrimento de la dignidad humana, profundizando aún más la falta de confianza de los ciudadanos en el gobierno, junto con el sentimiento de desamparo y desesperanza que esta ausencia produce en los gobernados.
CAPÍTILO II.
CONFUSIÓN
ENTRE EL CONCEPTO DE AUTORIDAD Y EL DE AUTORITARISMO
Incubados también en
el caldo de cultivo de la anarquía, ha proliferado de igual modo el
narcotráfico, ayudado por la venalidad y por la proclividad al enriquecimiento
fácil, que inclina la balanza a favor del beneficio que produce el delito
frente al costo incierto y relativo de la pena. Ha proliferado de idéntica
manera la delincuencia común, favorecida por la ineficacia de la rama judicial
y por la dificultad de identificar a los responsables de muertes y secuestros,
dificultad nacida de la diversidad de los posibles autores de los crímenes y
por el alto nivel de organización alcanzada para eliminar, mediante otras
muertes, rastros que permitan encontrar, retrospectivamente la verdad. Otros
delitos, contravenciones y quebrantos no delictuales de la ley, han crecido
también y están sometidos a trámites de suyo paquidérmicos y no exentos de
dilaciones y argucias que los entraban.
La consecuencia de
todo esto, que a su vez y como lo hemos afirmado es causado por la falta de
autoridad, es un estado de inseguridad y de zozobra que arruina el goce de la
vida social e impide el aliento necesario para el aporte individual y colectivo
al progreso de la sociedad y el consiguiente bienestar de sus miembros.
Estoy consciente de
que algunos lectores seguramente piensan que no es cierto que necesitamos
autoridad, porque ya tenemos suficiente, y otros quizás tienen la idea de que
en estos momentos la recuperación de la autoridad agravaría la situación
de confrontación social que vivimos, pues con ello se reprimiría la represión
de la protesta, se menoscabaría la participación y se produciría una escalación
de la violencia.
Pienso que en el fondo
de estas objeciones a la necesidad de recuperar la autoridad, subyace una
confusión entre el concepto de autoridad y el concepto de autoritarismo. Uno y
otro tienen, como lo dice Luis Carlos Restrepo, el propósito común de limitar y
regular el comportamiento de las personas, pero difieren en que, mientras quien
ejerce la autoridad busca y espera que los gobernados se independicen de él
mediante la conquista de su libertad interior o de querer, quien ejerce el
autoritarismo persigue perpetuar la dependencia que respecto de él tienen los
gobernados.
CAPÍTULO III.
DIFERENCIA ENTRE AUTORIDAD Y
AUTORITARISMO
Se pueden especificar otras
diferencias entre autoridad y autoritarismo. La autoridad busca
el bien común y lo hace dentro de un marco de respeto a la ley y de
vigilancia y prevención de su cumplimiento por parte de los gobernados. Y solo
en defecto de la
eficacia de esta prevención persuasiva y disuasiva, la autoridad puede
hacer uso de la fuerza para lograr que el acto violatorio de la ley
desaparezca, o que su autor indemnice los daños causados, o sufra la pena justa
por el delito. Pero esta fuerza de que hace uso la autoridad es una fuerza
limitada por la ley y regulada por ella en su forma e intensidad, estando la
autoridad sometida a sanciones si sobrepasa las limitaciones o cambia o excede
la forma o la intensidad establecidos.
En cambio, el autoritarismo
persigue a ultranza los intereses propios de quien lo ejerce y nunca el bien
común o interés general, y para lograr su satisfacción no se somete a ninguna
ley ni principio, y su vigilancia y prevención respecto a la comunidad se
contraen a que los gobernados no hagan nada contrario a los intereses
particulares del autoritario. Si una persona causa daño a otra, la existencia
del daño y su magnitud se determinan subjetivamente por el autoritario, y solo
si ello redunda en su propia conveniencia interviene con la fuerza para hacer
“justicia”, pero esa fuerza no tiene contención, límite ni regla, de modo que
su eficacia es siempre infalible, pues, a voluntad del autoritario, su
despliegue puede tener como resultado la violación de la dignidad humana, el
sometimiento o la muerte del autor de la conducta.
Solo si una persona confunde los
conceptos de autoridad y autoritarismo, puede pensar que la recuperación de la
autoridad en Colombia limitaría el ejercicio de los derechos ciudadanos a causa
de que implica el uso de la fuerza sin modulaciones ni límites, agravando la
inconformidad de la que brota la protesta, y desalentando la participación
de la sociedad civil en la vida política. Pero estas consecuencias no serían
producidas por la autoridad sino por el autoritarismo, que persigue no la
obediencia voluntaria de la ley y subsidiariamente su cumplimiento coactivo,
como aquella, sino el sometimiento incondicional a los designios del
autoritario, los cuales no consultan el bien de los gobernados ni están
sometidos a ningún límite legal ni ético.
CAPÍTILO IV.
A LA DEMOCRACIA LE
ES INHERENTE LA AUTORIDAD
La autoridad no limita el
ejercicio de los derechos sino que, por el contrario, lo permite y facilita,
ya que impide su violación por otros y cuando no puede hacerlo castiga a los
violadores; la autoridad emplea en primer término la persuasión y solo si no obtiene
el resultado deseado le es lícito usar la fuerza que, por estar tambien
regulada por la ley, la autoridad debe modular y limitar para hacer de ella un
uso delicado que es garantía de eficacia y a la vez de respeto a la dignidad
humana.
El poder es inherente a la máxima
organización política que es el Estado sin importar el sistema de gobierno que
se adopte. El poder implica autoridad o autoritarismo, pero al sistema de
gobierno democrático le es inherente únicamente la autoridad. Con el ejercicio
de la autoridad se logra obediencia voluntaria y en caso de que por virtud de
la libertad de los individuos aparezca una rebelión individual o grupal, el
sistema dispone de reglas que permiten castigar el desacato, pero con
procedimientos y penas prestablecidos en la ley, los cuales son garantía de
respeto a la justicia y a la dignidad humana.
La aplicación de las penas
señaladas le corresponde a la autoridad, que en la democracia está constituida
para garantizar la vida humana, bienes y libertades de las personas. El
ejercicio de la autoridad da seguridad a los gobernados, seguridad que se funda
en la confianza que estos tienen en el gobierno.
Pero si el gobierno no cumple con
su deber de aplicar las sanciones y penas que a ley establece para sus
violadores, los ciudadanos pierden confianza en él y por ende carecen de
seguridad. Cuando esto sucede, el sentimiento de desamparo e incertidumbre
producido por el orden jurídico quebrantado impunemente impele a los ciudadanos
a someterse al ilegítimo que, en forma paralela al poder legítimo de donde
deriva la autoridad de la que se ha abdicado, ejercen grupos de insurgentes
armados mediante el autoritarismo, configurándose así una situación socialmente
caótica.
CAPÍTULO V.
LA ABDICACIÓN DE LA
AUTORIDAD GENERA VIOLENCIA
El ejercicio de la autoridad es
inexcusable, pues sin ella no hay orden ni seguridad. Estos son valores
fundantes de los cuales dependen la paz, la confianza, la cohesión social, y
tras de ellos el bienestar y el progreso de los ciudadanos y de la sociedad.
En nuestro país se ha avanzado en
la concientización de los derechos, a partir de la constitución de 1991, pero
no ha existido ni existe una pedagogía de los deberes correlativos, por lo cual
los conflictos se han multiplicado y la protesta va adquiriendo características
caóticas. Frente a esta situación la autoridad no asume su obligación de
lograr, por persuasión o por coerción, que la gente se comporte como debe
comportarse, es decir, conforme a la ley. Se ha incurrido en el grave error de
creer que la condescendencia en el quebranto de la ley es una expresión
democrática de gobierno, como resultado de lo cual las persona se acostumbraron
a protestar por la violación de sus derechos, mediante formas violatorias de
derechos ajenos, creándose una conciencia de legitimidad de esta forma de
protesta tanto en la sociedad civil como en el gobierno.
De este modo se protesta mediante
la invasión de calles y oficinas públicas, o con paros intempestivos, o
injuriando y calumniando, o incluso secuestrando y matando. Ante esta situación
el gobierno emplea la concertación y el diálogo, métodos plausibles, pero ante
su fracaso no recurre a la coerción como forma legítima de gobernar y esto
equivale a una abdicación de la autoridad.
El caos se enseñorea entonces de
la vida nacional, por virtud de una autoridad que no se ejerce, puesto que
si bien el diálogo es uno de los medios que debe emplear un gobierno
democrático, dialogar no es, por sí solo, gobernar.
Hoy somos un país sumido en la
anarquía, minado por la desconfianza de sus ciudadanos entre sí y de los
ciudadanos hacia el Estado, o lo que es lo mismo, hacia la autoridad, que
brilla por su ausencia.
Tenemos un régimen democrático
cuyo gobierno abdicó de la autoridad, y mientras unos creen que la posibilidad
de protestar violando derechos es la democracia, los violentos ejercen su poder
ilegítimo, configurándose un caos social.
CAPÍTILO VI.
PARALELO ENTRE
AUTORIDAD Y AUTORITARISMO
A continuación haremos un paralelo entre autoridad y autoritarismo. Ambas buscan regular y limitar la conducta de los gobernados, para lograr un orden.
AUTORIDAD |
|
Busca facilitar al gobernado la conquista de su libertad, para que se
independice de la autoridad. |
Busca perpetuar la dependencia que respecto del autoritario tiene las
persona. |
Busca el bien común. |
Busca el interés particular del autoritario. |
Actúa bajo las limitaciones de la ley. |
Actúa sin límites
legales. |
Por encima de la autoridad está la autoridad de la ley. |
El poder del autoritario
es el máximo poder. |
Su medio preferible es la persuasión mediante el dialogo. |
Su único
medio es la violencia. |
El uso de la fuerza es subsidiario, vale decir, en defecto de la
efectividad de la persuasión. |
El uso de la
fuerza es el método propio. |
El uso legítimo
de la fuerza está regulado por la ley. |
Su ilegítima
fuerza no tiene control. |
Las faltas o
delitos que la autoridad debe castigar están definidos en la ley. |
Las faltas o
delitos no están definidos y cualquier conducta que el autoritario quiere que
sea delito, es delito. |
La responsabilidad
de los ciudadanos se establece mediante procedimientos establecidos en la ley. |
La responsabilidad
se establece por designio del autoritario. |
Los castigos
o penas son impuestos previa fijación por la ley de su forma y quantum |
Los castigos y
penas se imponen por elección y dosificación caprichosa del autoritario. |
La autoridad
respeta la dignidad humana. |
El autoritario
no reconoce la dignidad humana. |
Reprime las libertades. |
|
Reprime la
violencia con violencia. |
|
No admite el
pluralismo y persigue a los críticos. |
|
Logra la obediencia
por el miedo que provoca. |
|
La fuerza pública tiene la función de proteger a los
ciudadanos. |
La fuerza pública
tiene la misión de reprimir a los inconformes. |
Como es evidente,
autoridad no es igual a autoritarismo, y por el contrario son opuestos. Pero la
ausencia de autoridad engendra el autoritarismo.
CAPÍTILO VII.
AUTORITARISMO: UN
ESCAPE DE LA LIBERTAD
La libertad de
querer, libertad interior o libre albedrío (en adelante la llamaré libertad
de querer), que es distinta de la libertad de hacer o libertad política,
es un don natural del hombre.
Consiste en la capacidad que tienen las personas para autodeterminarse o
autodirigirse, es decir, en el poder que tienen los individuos de ser dueños de
sí mismos. Esta capacidad reside en la voluntad y no funciona
automáticamente.
Para ejercerla es
necesario un cierto nivel de desarrollo previo de dos facultades humanas: la
conciencia y la voluntad.
El ejercicio de la libertad
de querer entraña un problema psicológico, puesto que autodeterminarse implica
decidir entre varias opciones, siempre diferentes y a veces opuestas, sobre el
contenido y la forma del acto que se va a realizar, esto es, elegir el qué y el
cómo de lo que se va a hacer, operación esta que realizamos en soledad,
valiéndonos de nuestro intelecto y nuestra volición. Un acto humano nos
introduce irremediablemente en el futuro, y el futuro es siempre un enigma
existencial que provoca angustia y agonía en el sujeto.
El problema de
angustia que la libertad plantea es acuciante e ineludible. Tenemos que
resolverlo y solo hay dos formas básicas de hacerlo: o decidimos ser libres, es
decir, dueños de sí mismos, o nos sometemos a determinismos intrínsecos o
provenientes de otro u otros. Dicho en otras palabras, la disyuntiva es: o nos
autodeterminamos hacia la acción creativa y solidaria para construir una
sociedad que satisfaga con justicia y equidad nuestras necesidades humanas, o
nos convertimos en dominadores o siervos de otros.
La primera de las
opciones implica el ejercicio de la libertad de querer, mientras que la segunda
entraña una renuncia, escape o huida de dicha libertad.
Erich Fromm
identificó tres mecanismos de escape de la libertad de querer:
autoritarismo, destructividad y conformismo autómata. Mediante el
autoritarismo, la persona busca escapar de la libertad adhiriéndose a los
dictados de otro (sumisión) o dominando o controlando a los demás
(dominación).
Cualquiera que fuere
la solución escogida, según sea la tendencia sádica o masoquista
que predomine en la persona, esta cree resolver el problema de su
incapacidad para soportar el aislamiento de su ser individual que debe
vivir la angustia de autodeterminarse o autodirigirse, o lo que es lo
mismo, que debe vivir la agonía de ejercer su libertad de querer o
libre albedrio.
Mediante la
destructividad, el individuo alivia el mismo problema de la angustia que genera
el ejercicio de su libertad, no por simbiosis como en el autoritarismo, sino
por eliminación del otro y del mundo, que son para él una amenaza subjetiva.
Claro está que esta solución conlleva con frecuencia la racionalización de
que se obra por amor, deber o patriotismo, la cual permite al sujeto
conservar su equilibrio psicológico.
Por medio de la
conformidad autómata, el individuo acepta y asimila el modelo de
personalidad que la cultura le ofrece, con lo cual se hace igual
a todos, renunciando a su yo singular y liberándose de la angustia
que entraña decidir actos propios que lo inserten en un futuro que ignora
y que es, en todo caso, incierto, inseguro y angustioso.
A simple vista parece
que el autoritarismo solo fuera un escape de la libertad de querer para el
que se somete a otro u otros (sumisión), y no para el que se impone y
somete a otros (dominación), pero para salir de la ilusión basta saber que este
último también renuncia a su libertad, puesto que no tiene que elegir
el qué ni el cómo de ninguno de sus actos, ya que todos estarán
determinados por sus deseos e intereses egocéntricos.
Para comprender este
aserto, es preciso partir de la premisa de que la libertad de querer no
consiste en la capacidad de determinarnos a realizar un acto sin
importar cuál sea su contenido y su forma, es decir, sin importar el qué ni el
cómo del acto. Por el contrario, la libertad de querer consiste en la
capacidad de realizar aquellos actos que, en la situación en que nos
encontramos, conduzcan al bien común, es decir, a lo que conviene
al desarrollo a plenitud de todos los hombres, considerados como seres
dueños de sí, constitutivamente sociales y con ansias de trascendencia.
Dicho de otro
modo: la libertad de querer no está regida por el deseo, que es el
movimiento irreflexivo de la voluntad hacia el bien particular apetecido, sino
que debe estar gobernada por el querer, que es el movimiento reflexivo de la
voluntad hacia el bien general o bien común, que favorece
el desarrollo pleno del sujeto y de la sociedad de la que forma parte.
El ejercicio de la
liberad de querer, requiere de valor o fortaleza espiritual, de magnanimidad y
de audacia. Fortaleza, para superar el temor que causa la búsqueda de los
bienes arduos, es decir, elevados y difíciles; magnanimidad para ponerse metas
altas y aspirar a bienes arduos que incidan en el adecuado desarrollo de todos
los hombres; y audacia, para atreverse a concebir y perseguir fines que están
más allá de la competencia actual del sujeto, que no obstante confía en el
coeficiente de dilatación de sus capacidades, o estirabilidad de su
competencia.
Pero de las
anteriores virtudes, precisamente, carecen las personas que optan por el
autoritarismo para resolver el problema psicológico de su libertad, bien
sea mediante el autoritarismo, en la vertiente de dominadores o en la de
siervos o dominados, o mediante la destructividad o el conformismo
autómata.
Como corolario de lo
dicho, afirmo que para que exista autoridad en una sociedad, es
indispensable que quien ejerza el poder sea una persona libre, es decir,
una persona que haya resuelto el problema psicológico que le plantea
su libertad de querer, optando por autodeterminarse o autodirigirse hacia
acciones creativas y solidarias que conduzcan a la construcción de una sociedad
democrática que, al tiempo que facilita la satisfacción equitativa y justa de
las necesidades de sus miembros, eduque para ejercer la libertad, es decir,
para que los gobernados puedan también optar por resolver el problema
psicológico de su libertad interior, escogiendo la solución constructiva y no
la vía de escape del autoritarismo en la dimensión de siervos o dominados.
RESUMEN.
- Colombia vive una situación de anarquía política.
- Tal anarquía ha dado pábulo al surgimiento de guerrilleros,
paramilitares, narcotraficantes, funcionarios corruptos, impunidad y
justicia privada.
- Como consecuencia, existe un estado de inseguridad y de zozobra que
arruina el goce de la vida social e impide el aliento necesario para
luchar por el progreso de la sociedad y el bienestar de sus miembros.
- El poder político se ejerce mediante la autoridad o el
autoritarismo, pero entre nosotros impera el autoritarismo y hay confusión
entre estos conceptos.
- Un paralelo entre autoridad y autoritarismo se presenta en cuadro
sinóptico.
- La necesidad que tiene Colombia de recuperar la autoridad solo es
negada por quienes no logran distinguirla del autoritarismo.
- A la democracia le es inherente el ejercicio del poder por medio de
la autoridad, la cual exige persuasión y coerción subsidiaria.
- Como se ha abdicado de la autoridad, los ciudadanos colombianos
carecen de seguridad y experimentan un sentimiento de desamparo e
incertidumbre que los impele a someterse al autoritarismo que ejercen
grupos insurgentes armados.
- El orden y la seguridad de un país dependen del ejercicio de la
autoridad, y sin tales valores fundantes no puede haber paz, confianza,
cohesión y progreso social, ni bienestar de los ciudadanos.
- Hemos incurrido en el grave error de creer que la condescendencia
oficial en el quebranto de la ley es una expresión democrática de
gobierno.
- El autoritarismo junto con la destructividad y el conformismo
autómata es una forma de escape de la libertad de querer, libertad
interior o libre albedrío, cuyo ejercicio plantea a cada sujeto un
problema psicológico que debe enfrentarse con virtudes, tanto de quien
domina como de quien es dominado.
- Para ejercer el poder por medio de la autoridad, es preciso haber
conquistado la libertad de querer, libertad interior o libre albedrío, y
tener el valor de ejercerla con su monto de angustia y tensión agónica.
- La libertad de querer, libertad interior o libre albedrío en el
ejercicio de la autoridad exige las virtudes de la fortaleza, la
magnanimidad y la audacia.
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