MANUAL DE ECOLOGÍA HUMANA
PRESENTACION
Este manual de Ecología Humana, escrito con esmero y claridad por el Dr. Juan Francisco Pérez Mercado, está destinado, sin lugar a duda, a servir como valioso orientador a directivos, profesionales, padres y maestros, interesados en aplicar a sus vidas y proyectos el enfoque de reconstrucción cultural y afectiva desde la ternura.
Ha sido el Dr. Pérez un lector cuidadoso e inteligente de mi obra, y un divulgador entusiasta de sus bondades. Sus comentarios, atinados y profundos, me han permitido vislumbrar desarrollos que estaban apenas esbozados en mis escritos, y alentar largas y amenas conversaciones que de manera generosa la vida nos ha permitido compartir.
Ante este esfuerzo de síntesis, que expone de manera sencilla y profunda los ejes conceptuales de la Ecología Humana, no puedo más que sentirme agradecido por contar con tan diligente intérprete. Solo falta esperar que también el lector sepa encontrar en estos planteamientos una ayuda valiosa para el cultivo de sus nichos afectivos y el crecimiento de su propia singularidad.
Luis Carlos Restrepo R.
INDICE
- La drogadicción un problema ecológico 5
- Ecología humana una analogía 7
- Ecosistema humano 9
- Medio ambiente interpersonal 10
- Dependencia afectiva 11
- Singularidad humana 14
- Autoridad y autoritarismo 17
- Nicho afectivo 18
- Espacio dialógico 20
- Chantaje afectivo 22
- El paradigma de la ternura 23
- Agarrar o acariciar 27
- Epílogo 29
|
LA DROGADICCIÓN: UN PROBLEMA ECOLÓGICO
El
término Farmacodependencia suscita fundamentalmente
dos imágenes: por un lado, la de una sustancia que produce por sí misma efectos nocivos, y por
el otro, la de un sujeto que vive el infierno de sentir su vida arruinada por
esa sustancia y no poder, sin embargo, dejar de consumirla.
Alrededor de
estas imágenes y de los conceptos que ellas generan, se elaboran generalmente los planes
de prevención de la drogadicción, que
por ello se orientan a impedir la oferta de la droga y a convencer
a los jóvenes de que su consumo es nocivo y deben, por lo tanto, evitarlo.
Pero existe, excepcionalmente, un modelo de prevención basado en la
convicción de que la droga no es, per se, el demonio que
está allí, a la espera de que haya personas que se acerquen para atraparlas con sus garras;
sino que centra su atención en la
compulsión-impulsión irresistible y
reiterado que caracteriza al drogadicto, y sostiene que ella es
consecuencia del empobrecimiento de las relaciones
interpersonales que ha tenido lugar en la vida del farmacodependiente, el cual
llega a ser intolerable y arrastra al sujeto a
buscar en la droga la plenitud y seguridad que no halla en la vida íntima.
Este
empobrecimiento afectivo es, a su vez, fruto de los paradigmas de éxito,
eficiencia y productividad a ultranza que la cultura occidental
impone y se integran a nuestras vidas en forma de creencias, valores,
hábitos y actitudes, merced a los cuales la comunicación de los miembros
de la familia y de otros grupos importantes para el individuo, se reduce
a diálogos funcionales que favorecen la realización de los valores
inculcados pero conflictualizan la dependencia afectiva, condenando al
individuo a una miseria psicológica y mental que termina arrastrándolo a la
compulsión.
Este
modelo, denominado Ecología Humana, pone su atención en los factores conexos a
la farmacodependencia y los clasifica en factores de riesgo y factores
protectivos. El principal factor de riesgo es la manipulación de la dependencia
afectiva en aras de imponer pautas de conducta ajustadas a los paradigmas
culturales, y el principal factor protectivo es la ternura, término que no debe
entenderse como melosería, sino como afecto que se desenvuelve en caricias,
respeto y fomento de la singularidad del otro.
Identificados
estos factores conexos en los grupos, el modelo contempla una intervención con
estrategias cogestivas, que permita lograr una modificación o reconstrucción de
los aspectos culturales determinantes de las conductas cotidianas que favorecen
la aparición de los fatores de riesgo e impiden la emergencia de los factores
protectivos.
El
modelo de Ecología Humana deriva su nombre, como es evidente, de una
analogía, y califica la drogadicción como "un problema de tipo
ecológico generado por condiciones estructurales de nuestro propio modelo
de desarrollo", problema que solo puede ser enfrentado con
estrategias que apunten a una reconstrucción cultural de los
aspectos pertinentes. Esta es, desde luego, una tarea que el modelo
de la Ecología Humana reconoce de colosal dimensión, pero que insta a
emprender con humildad y decisión.
Ahí tenemos,
pues, una valiosa herramienta para la lucha contra la drogadicción,
que es menos cruenta y puede ser más eficaz que la guerra cruel que
libramos.
ECOLOGÍA HUMANA: UNA ANALOGÍA
Convencido durante siglos de ser el centro del universo, rey de todo lo creado, el ser humano fue destruyendo su entorno embelesado por su afán de productividad
y dominio. En un instante de lucidez, comprendió un buen día que iba camino de una hecatombe.
Entonces le fue posible ver la verdad tanto tiempo ignorada:
él dependía de su entorno, del agua, del aire, de las plantas, de todos los seres
de la tierra, y estos a su vez dependían entre sí, conformando
un todo interactuante del cual el ser humano hace parte: así nació la
Ecología, cuyos principios y categorías son cada vez más conocidos y
aceptados universalmente.
Fue, sin duda, un hallazgo tardío, como todo en la vida humana,
porque parece que al ser humano no le es posible hallar soluciones sino cuando
sus problemas y dolores llegan a situaciones límite.
Ha sido precisamente una situación límite de nuestra
cultura la que nos ha permitido hallar la alternativa de la Ecología Humana, en
una analogía
que sorprende por su perfección. En efecto, conceptos como ecosistema, diversidad, dependencia, nicho,
medio ambiente y contaminación, resultan tan apropiados a las
relaciones humanas que parecen haber surgido de la necesidad de expresión de
fenómenos propios de la interpersonalidad.
La
situación límite de la cultura a que hago referencia tiene que ver con
la drogadicción y otras
compulsiones prohibidas o permitidas, con la violencia sangrienta
o sin sangre, con la neurotización de la sociedad, la
corrupción y el desenfreno ético. Estas conductas indeseables
son inducidas por nuestra propia cultura, siendo imprescindible por
lo tanto revisar algunos de sus más preciados paradigmas que ponen en
peligro nuestro bienestar. La teoría de la Ecología
Humana ha sido propuesta por el Psiquiatra y filósofo colombiano LUIS
CARLOS RESTREPO R., como respuesta al vergonzoso conflicto de ser nosotros los
narcoexportadores del planeta y no obstante ser también importadores de un
discurso cerrado y esquemático sobre la drogadicción, que nada dice de nuestra
experiencia como nación que ha sufrido los rigores de una guerra puritana y
fracasada.
Esta
propuesta no está destinada únicamente a contrarrestar el consumo de
psicoactivos, sino que tiene la razonable pretensión de constituir sujetos poco
proclives a las compulsiones, a la violencia y a otros fenómenos disolventes de
la sociedad actual.
La
analogía entre la dinámica de los ecosistemas naturales y la vida cultural e
interpersonal facilita la comprensión por parte de la comunidad de los
problemas que se presentan en familias y grupos, por causa de la insatisfacción
de dos necesidades de importancia vital para los seres humanos: la dependencia
afectiva y la singularidad. Estas dos necesidades resultan conflictualizadas
por la dinámica social impuesta por los paradigmas del éxito y la productividad
imperantes en la cultura occidental y padecidos por nosotros en forma
inconsciente, incrustados en nuestras conciencias. Estos paradigmas toman la
forma de creencias, valores, actitudes, costumbres y hábitos, que se
transforman en conductas cotidianas sobre las cuales no reflexionamos nunca y
cuya valía jamás osamos discutir.
Solo
mediante una estrategia de intervención que conduzca a tomar conciencia del
problema, es decir, que lleve a la representación del conflicto que vivimos,
puede ser posible una reflexión sobre el mismo que permita identificar, en una
acción cogestiva y comunitaria, los factores de riesgo que nos conducen a la
compulsión y los factores protectivos de una interpersonalidad sana, con el fin
de diseñar un plan conjunto de reconstrucción de los aspectos culturales que se
acuerden modificar a fin de superar los automatismos que perpetúan el
conflicto.
ECOSISTEMA HUMANO
Un
Ecosistema es un conjunto de seres vivientes diversos que coexisten dentro de
un medio ambiente determinado, en el que encuentran los insumos necesarios para
su sustento y crecimiento.
El Ecosistema es una construcción
colectiva en la que participan todos los seres
vivientes que lo habitan, articulados entre sí, para generar cadenas
alimenticias y redes de soporte y defensa.
La
estabilidad y riqueza del ecosistema dependen de la variedad de seres que
alberga y de la conjunción de esfuerzos que realicen los miembros por lograr lo
que cada uno necesita para su crecimiento.
Por analogía, un Ecosistema
Humano es un conjunto de seres humanos singulares que conviven dentro de
un medio ambiente afectivo y simbólico que les facilita los insumos
necesarios para su sustento emotivo y cultural. El Ecosistema Humano es
una construcción colectiva en la que participan los miembros del ecosistema,
articulados entre sí para generar cadenas de alimento afectivo y simbólico
para todos.
MEDIO AMBIENTE INTERPERSONAL
El medio ambiente físico está
constituido por elementos como el aire, el agua, el suelo y el sol con su
calor y su luz. Este medio ambiente es susceptible de ser contaminado por
la actividad del hombre, que por su afán de dominio y productividad le
infiere daños. El medio ambiente interpersonal es un espacio surcado por
palabras, gestos, valores y afectos, cuya conservación requiere tantos o más
cuidados que los que debemos dispensar al medio ambiente físico.
Los componentes de este medio
ambiente interpersonal o Espacio Dialógico están determinados por la cultura y,
más precisamente por la microcultura de cada grupo.
Este medio ambiente interpersonal
es de carácter afectivo y cultural, y es susceptible de ser contaminado por el
ser humano que impulsado por su afán de dominio y productividad, niega a
los otros el alimento afectivo que necesitan y anhelan.
DEPENDENCIA
AFECTIVA
Uno de los ejes en que se
sustenta la Ecología Humana es la dependencia afectiva de los seres humanos
respecto a sus semejantes.
Se ha comprobado que la
deprivación afectiva del niño es causa de graves retrasos en su desarrollo
e, inclusive, de muerte. La neurobiología por su parte ha confirmado
que el cerebro es un órgano social, necesitado, para madurar y desempeñar
las funciones que le son propias, de una adecuada provisión de estímulos
provenientes de los órganos de los sentidos, cuya recepción es proporcional a
la calidad de las relaciones afectivas del niño.
Muchos investigadores consideran
que el proceso de la embriogénesis en la especie humana es no solo
intrauterina sino también extrauterino, de manera comparable a lo que
ocurre en el caso de los marsupiales, que completan su ciclo embrionario adosados
al cuerpo de la madre a través de una bolsa protectora. Carente de
este recurso natural, la hembra humana debe suplirlo dando al niño
calor, alimento y estimulación adecuados. Así se favorece el proceso de
mielinización del sistema nervioso y la formación de engramas corticales
que sirven de soporte a los procesos de pensamiento y permiten,
llegada la adolescencia, la adquisición de la autonomía personal.
Si la actitud de la madre o el entorno
es violenta la violencia es lo opuesto a la ternura sufrirá mengua la
singularidad del niño y por ende el desarrollo de su autonomía.
Al concluir la adolescencia, un
ser humano en cuya educación no se haya conflictualizado la
dependencia afectiva ni aplastado su singularidad, poseerá autonomía en
los campos físico, intelectual y moral. No se crea, sin embargo, que al
producirse la rebelión de la adolescencia, que da lugar a la elaboración
de un proyecto de vida propio, el individuo queda liberado de su
dependencia afectiva. Lo único que ocurre es que la dependencia se desplaza
en esta etapa del ámbito de la madre y otras personas del grupo familiar y
escolar, hacia nuevos nichos afectivos. el joven debe alcanzar autonomía en el
aspecto afectivo, pero en los terrenos del afecto autonomía no significa, como
en los otros tipos de autonomía, autodeterminación individual en el sentido de
decidir a voluntad la ejecución del acto, pues la dependencia afectiva es un
imperativo vital permanente que nadie puede eludir, cuya satisfacción no le
puede ser negada o conflictualizada a ninguna persona sin poner en riesgo su
salud mental, su felicidad o su vida misma. en los ámbitos de la afectividad
autonomía significa capacidad para buscar y encontrar, sin conflictos, el
alimento afectivo, es decir, capacidad para elegir libremente a personas
capaces de formar parte de nichos afectivos sanos para el sujeto.
La dependencia afectiva debe
fomentarse y su estimulación consiste, simplemente, en dar afecto, el cual se
expresa a través de la ternura, alimento insustituible de esa perenne carencia
humana en que se funda la necesidad de dependencia afectiva. Pero,
configurándose una enorme paradoja, los padres, por amor a sus hijos, en lugar
de darles ternura les impone normas y pautas de conducta bajo la amenaza,
implícita o explícita, de privarlos de la protección, la seguridad y los
cuidados que son indispensables a la vida del niño, haciéndoles víctimas de
chantaje afectivo.
La paradoja se explica por dos
razones: Una, la ideología guerrera imperante en la cultura occidental,
sustentada en los paradigmas del éxito y la productividad. Otra, el
analfabetismo afectivo que sufrimos todos por virtud de esta misma cultura. Por
la primera razón queremos que los hijos de nuestras entrañas sean personas de
éxito y triunfadoras, inculcándoles a ultranza el orden y la disciplina que
derivan de normas generales y abstractas que no permiten la aceptación de las
diferencias existentes entre las personas ni la percepción de la riqueza del
contexto. Por la segunda razón, ignoramos las necesidades afectivas de nuestros
hijos y no sabemos expresar nuestro amor con ternura, que es el único e
insustituible alimento para satisfacer esas necesidades.
Estas dos razones engendran el
autoritarismo de que hacemos gala en nuestra labor educativa, impidiéndole al
niño alcanzar en la adolescencia la autonomía afectiva y condenándolo a buscar
el alimento afectivo de manera conflictiva y poco gratificante.
Para que el niño adquiera la
independencia, es decir, la autonomía en todos los aspectos es indispensable
que haya vivido sin conflictos la dependencia afectiva, recibiendo
constantemente de los padres ternura en todas sus formas, pues solo ella tiene
la virtud de permitir que emerja la singularidad.
SINGULARIDAD HUMANA
La singularidad alude a la
individualidad o unicidad de cada ser humano. No es posible, genética,
bioquímica o inmunológicamente, que existan dos seres humanos iguales entre sí.
El reconocimiento de la existencia de esta rasgo antropológico constituye otro
de los ejes de la Ecología Humana, que considera esta característica
fundamental del ser humano como condición de posibilidad de su libertad.
Sobre la singularidad, dice el
doctor Luis Carlos Restrepo en su obra: Libertad y Locura: “Hoy podemos afirmar
con toda seguridad que en cualquier población viviente, incluidos los
organismos unicelulares, es prácticamente imposible encontrar individuos exactamente
iguales, aún, dándose el caso de que su estructura genética
fuera idéntica. Esta diferencia entre los individuos vivientes aumenta en
las especies superiores y en el hombre, mucho más expuesto a las influencias
del medio ambiente.
Fue por eso que después de un
minucioso estudio de las posibilidades combinatorias del sistema genético,
Dausset se atrevió a decir, hace algunos años, que estaba dentro de la lógica
científica afirmar que cada hombre era único sobre la tierra, no siendo de
ninguna manera aventurado concebir que nunca habían existido dos seres humanos
semejantes. Cada ser viviente, cada ejemplar de la especie humana, es un
organismo bioquímicamente único, hecho que se debe a la constitución específica
de su genoma, a la estructura peculiar de sus proteínas, a la conformación de
su sistema inmunitario, así como a las influencias del medio, la geografía y la
cultura”.
“La singularidad del ser humano
no se agota en lo molecular y genético. Ella se sustenta también, y de manera
muy especial, en la complejidad y desarrollo del cerebro. Al igual que acontece
en otros mamíferos superiores, el encéfalo humano permite una creciente
participación de los eventos exteriores en el desarrollo individual,
todo ello gracias a la amplitud de las zonas no específicas y a la
lentitud del proceso de maduración cerebral durante la infancia. En
nuestra especie, las últimas fases de desarrollo ontogenético están
estrechamente ligadas con eventos exteriores y aleatorios que determinan,
gracias a la riqueza de experiencias y estímulos, el desarrollo de las
capas mielínicas y de la interconexión sináptica. Aunque en términos
generales el número de células cerebrales y la estructura del encéfalo es
similar en todos los individuos de la especie, es prácticamente imposible
encontrar dos adultos humanos con sistemas nerviosos idénticos”.
La singularidad es uno de los
polos de un conflicto secular de nuestra cultura. El otro es la
dependencia. Porque el niño depende del adulto, éste se vale de su poder
para rechazar violentamente todo cuanto proviene del deseo, la curiosidad,
la tendencia al juego y a la exploración del infante. Estos fenómenos afectivos
que se generan en el polo fantástico de la conciencia y dan cuenta de la
singularidad del niño, son reprimidos y confinados por la violencia del adulto
a las mazmorras del inconsciente, quedando aplastado lo que el infante tiene de
diferente.
La ductilidad de la conciencia
infantil le permite así la perpetuación de un modelo social que instala la
uniformidad, el quietismo y la conformidad, al precio de destruir las
posibilidades de una vida potencialmente rica y fértil, llamada al goce lúdico
y al éxtasis provocado por las maravillas de la conciencia, y con una vocación
natural a la libertad, al cambio y al crecimiento y progreso humano.
La homogeneización que se
obtiene al reprimir la singularidad disminuye la diversidad del ecosistema,
produciendo contaminación y crisis ecológica. Así se aplasta lo que hay en la
persona de individual y único, condenándola a ser sumisa, servil y esclava de
autoritarismos que suplen su incapacidad para ejercer la libertad.
En contraste, la máxima expresión
de la singularidad se logra cuando no conflictualizamos la dependencia
del otro, permitiendo su libertad y crecimiento.
La expresión de la singularidad
no solamente debe permitirse, sino que debe fomentarse a todo lo largo
del proceso educativo del niño, a nivel familiar, escolar y social, porque
es una necesidad vital del individuo.
Pero la dependencia del niño y la
urgencia del adulto por hacer de aquel un ser semejante al perfil de
hombre que la cultura ha diseñado, lo inducen a impedir la
emergencia de la singularidad del niño al imponerle pautas de
conducta mediante amenazas de privación del afecto que, al ser vivenciadas
angustiosamente por el niño, lo obligan a someterse a los mandatos y a reprimir
sus deseos, su curiosidad y su tendencia lúdica, a fin de perpetuar el imperio
de ciertas ideologías.
Los seres humanos de singularidad
aplastada poco aportan al avance y progresos de la sociedad y no contribuyen a
la felicidad de los otros, pues esto solo es posible si se ha conservado y
desarrollado la singularidad, instrumento insustituible para acceder a la
libertad.
AUTORIDAD Y
AUTORITARISMO
Hay que admitir que desde el
momento en que comenzaron a difundirse las ideas sobre el daño que
se causa a los niños cuando se les educa con métodos impositivos o
violentos. muchos padres cayeron en el polo opuesto de las permisiones
infinitas, y otros se sumieron en una perplejidad que los ha tornado
inestables y contradictorios. Ambos han obtenido resultados igualmente
perniciosos en la vida de sus hijos.
Tal vez sea útil recordar a unos
y a otros dos conceptos vinculados al proceso educativo: Autoridad y
Autoritarismo. Tienen en común estos dos conceptos el propósito de limitar
y regular la actividad del niño. Pero difieren en que mientras quien
ejerce la autoridad busca y espera que el niño se independice de él, quien
ejerce el autoritarismo persigue perpetuar la dependencia que respecto de
él tiene el infante.
Les resultados de uno y otro
métodos no pueden ser más disímiles. El niño que recibe educación autoritaria
crecerá con una personalidad constreñida, enajenada, aprensiva, sin
autonomía. Carecerá del poder de tomar decisiones propias y su vida
discurrirá en medio de la sumisión y el servilismo.
Será, desde luego, un adulto
angustiado e infeliz por haber perdido el rango humano por excelencia: la
posibilidad de ser libre.
En cambia, el niño educado con
autoridad crecerá desarrollando su singularidad, es decir, su modo de ser
único e irrepetible. sin represiones, sintiendo el deleite del respeto a sus
deseos, su fantasía. su imaginación, sus gustos, sus necesidades físicas y
afectivas, su curiosidad, y sus tendencias lúdicas y explorativas.
Este niño será, indudablemente,
un adulto sosegado, sin inhibiciones, crítico, autónomo, consciente y orgulloso
de su libertad y, por ende, respetuoso de la libertad de los demás.
Hay que aclarar que tanto al niño
educado autoritariamente como al que recibió una educación con autoridad, les
fueron enseñadas las normas de convivencia imperantes en sus respectivas
familias. Una educación sin normas es impensable. La diferencia estriba en que
el educador autoritario impone la norma con violencia, apabullando la
singularidad del niño, base de su libertad. En tanto que quien educa con
autoridad facilita al niño experimentar vivencialmente la razonabilidad de la
norma. Esta, para aquel niño, será un conjunto de palabras asociadas a una
angustia, que estallará en violencia cuando sea adulto o anulará para siempre
su autonomía. Para este será un juego placentero que, al llegar a la adultez,
no le impedirá apartarse de ella si esa fuese su decisión libre.
NICHO AFECTIVO
Al interior de cada Ecosistema
existen nichos, o sea, lugares que los diversos seres vivientes prefieren para
encontrar refugio y tomar su alimento.
Concretamente, los integrantes
del grupo se alimentan de afecto, imágenes y sensaciones de los cuales
dependen de manera tan inmediata y urgente como nuestro organismo del
aire, el agua y los nutrientes de la tierra.
El nicho cambia en los seres
humanos de acuerdo con la edad cronológica de la persona. De esta suerte,
uno es el nicho del niño durante su primer año de vida y
otros diferentes durante la primera infancia, la segunda infancia, la
adolescencia, la madurez y la senectud. Lo que varía son los lugares de la
trama interpersonal, pero las características del nicho son las mismas
siempre, en términos de la provisión de afecto que suele darse
al interior del mismo.
Los nichos son los lugares donde
el ser humano satisface su necesidad de dependencia y se constituyen por ello
en auténticos "abrevaderos de afecto".
El más importante de los
productos contenidos en el nicho para proveer a los beneficiarios del
mismo, es el contacto corporal directo. Esta es la matriz del afecto y
ningún ser humano puede, sin menoscabo de su equilibrio, prescindir de
él. Se ha comprobado que la deprivación táctil y sensorial a un adulto
sano lo induce en pocas horas a la desestructuración cognitiva.
Y en el
caso de los niños, la seguridad personal tiene su base más firme en la
confianza que derive el niño de la aceptación que de su cuerpo hacen
los adultos con quienes entra en contacto, proporcionando un desarrollo
adecuado a su yo corporal, Es tan importante la vivencia táctil para la
vida humana que cuando se presenta una alteración de la modalidad del
tacto profundo - canalizada a través del llamado sistema propioceptivo-, se
evidencia en el desarrollo infantil un severo
trastorno de los procesos que llevan a la condición humana, como sucede en
el caso de la psicosis que se ha denominado autismo infantil. El tacto y
el contacto corporal directo son experiencias imprescindibles tanto para
la vivencia infantil como para la vida adulta".
El contacto corporal, desde luego, debe ser acariciante. La mano
agarra y acaricia, y la mano que acaricia es proveedora
de ternura. La otra, la que agarra, es productora de violencia.
El calor, la seguridad y la plenitud que proporciona el contacto corporal
deben entregarse sin condicionamientos, sin prejuicios ni temores, es decir,
libres de chantaje afectivo y de disociaciones, elementos que contaminan el
nicho afectivo. Solo así podrá fomentarse en el niño la expresión de su
singularidad.
ESPACIO DIALOGICO
El medio ambiente interpersonal
está constituido por un espacio colando de diálogos, recibiendo por ello el
nombre de espacio dialógico. Este espacio está surcado por palabras, gestos,
valores y afectos, y dentro de él, se desarrolla la interpersonalidad. Los
mensajes conformados por estos elementos son táctiles, verbales y gestuales, y
están dominados por el lenguaje y los patrones miméticos imperantes en la
cultura.
Los diálogos que se realizan en
el medio ambiente interpersonal no son de la misma clase. Aquellos que están
orientados a lograr la eficiencia, a imponer una verdad o afianzar la
autoridad, son diálogos funcionales
En estos diálogos se usa un
lenguaje operativo y están mediados por objetos, tareas o patrones de
eficiencia, que impiden el encuentro intersubjetivo de las
personas que se sienten por ello cosificados. En la relación dia1ógica
funcional siempre hay uno que manda y otro que obedece, configurándose una
situación que impide la emergencia de la singularidad, máxime cuando para
lograr el cumplimiento de la orden se recurre al chantaje
afectivo. Los diálogos funcionales son necesarios para la
eficiencia productiva y son típicos del ambiente de fábrica o
empresa, pero resultan funestos cuando se entronizan en la intimidad. Aquí
se constituyen en factores de riesgo y generan frustración y violencia como
resultado del aislamiento afectivo a que se somete a las personas, contaminando
gravemente el nicho afectivo.
A estos diálogos funcionales se
contraponen los diálogos lúdicos, que son aquellos que no apuntan a lograr
ninguna eficiencia ni a imponer ninguna verdad o
autoridad. Constituyen un medio de intersubjetivación o
implicación que permite explorar la fantasía y provocar sentido en
el otro. El lenguaje utilizado en los diálogos lúdicos no es unívoco
como el concepto, sino equívoco como la metáfora que es su forma de
expresión verbal. No hay en ellos un superior que manda y un inferior que
obedece, sino dos interlocutores que se entregan al juego interpersonal
lleno de vivencias y de cuerpo.
Los diálogos lúdicos constituyen
el lenguaje propio de la intimidad, y son un factor protectivo del
ecosistema humano, mientras que los diálogos funcionales cosifican a la persona
contaminando el nicho afectivo.
Los
diálogos funcionales propician el chantaje afectivo, conducta que consiste en
imponer al niño pautas de conducta queridas por los adultos, bajo la amenaza de
privarlo, si no las cumple, del afecto que permanentemente demanda el infante
para sentir seguridad.
La
dependencia afectiva del menor respecto del adulto reviste a este de un
poder que es utilizado para lograr obediencia, al precio de aplastar
la singularidad del niño que renuncia a sus deseos, a sus temores, a sus
emociones y fantasías -que
son los emisarios de su singularidad-amedrentado por las amenazas que le
formulan los adultos y que él vivencia como amenazas de muerte, puesto que
siente que su vida depende de la protección y seguridad que le brindan aquellos
seres cuyos cuerpos le dan calor y plenitud
y cuyas valoraciones constituyen el marco referencial de que él carece.
El chantaje afectivo es una forma
de violencia, puesto que impide la
emergencia de la singularidad del infante que, como hemos dicho, es el soporte de su
libertad. Llegada la hora de
la emancipación, el adolescente revivirá los momentos de intensa angustia
causada por las amenazas de muerte y
desistirá de sus ansias de libertad. Resentido perturbará el
orden externo con violencia, incapaz de protagonizar
la ruptura del orden simbólico interno y de proponer en cambio sus
propios caminos de acción. Se perpetúan
así modelos de conductas neuróticas que contaminarán incesantemente el ambiente
interpersonal.
El chantaje
afectivo, desde luego, no es fruto de nuestra crueldad e intenciones
malévolas. Es más bien revelador del analfabetismo afectivo que
padecemos, en virtud del cual somos incapaces de construir nichos afectivos
sanos sin poluciones que provocan crisis de la ecología humana.
EL PARADIGMA DE LA TERNURA
La
ternura es el factor protectivo por excelencia del medio interpersonal. Siendo
lo opuesto a la violencia, al chantaje afectivo y a los diálogos
funcionales, la ternura es el único medio idóneo para favorecer
la emergencia de la singularidad y el alimento adecuado para la
dependencia afectiva. Su presencia en el mundo interhumano impide de raíz la
aparición del tradicional conflicto entre dependencia y singularidad.
Ternura no es igual a melosería, ni tampoco, como pudiera pensarse, es idéntica
al amor. El amor implica una esperanza de fusión que es ilusoria, y el odio
-que el autor considera lo más cercano al amor- consiste en un resentimiento a
causa de la diferencia del otro. En la base de nuestras desdichas se halla el
rechazo a la diferencia
del otro. Rechazo auspiciado por la cultura occidental que fomenta el
monocultivo y esa especie de monocultivo en el ecosistema a que equivale la
homogeneización. Pero la singularidad es irreductible e invencible, porque
pertenece a las fuerzas de la vida.
La
tenacidad de su presencia genera entonces esa antítesis de la ternura que es la
violencia y cuya característica fundamental es la intención de impedir
la emergencia de la singularidad.
No hemos sido educados para
aceptar y respetar al diferente, buscando, en el caso de los adultos eliminar o
dominarlo, mientras en el caso de los niños nos inclinamos a impedir la
emergencia de su singularidad mediante el chantaje afectivo y los diálogos
funcionales, aprovechando las ventajas y el poder que nos da la dependencia que
respecto a nosotros tiene el infante.
Solo hemos aprendido a aceptar a
los iguales, a quienes son como nosotros, y piensan como nosotros. Por
eso cuando sentimos la atracción sexual y afectiva que alguien
ejerce sobre nosotros, es decir, cuando nos enamoramos, sucumbimos a
la ilusión de que amamos a esa persona porque es idéntica a nosotros, ignorando
que la atracción se origina y se sustenta precisamente en la diferencia.
Impulsados por la urgencia de
cuerpo pensamos, también ilusamente, que vamos a fusionarnos con la
persona amada. Pero cuando constatamos que el abismo entre los seres humanos es
infranqueable y padecemos el fracaso de nuestros anhelos de fusión, empezamos a
odiar a quien amábamos minutos antes, y experimentamos ansias de destrucción
para anular esa diferencia que no nos permite ser lo que creíamos ser, que no
nos da lo que esperábamos recibir, que hace que la persona amada no sea como
creíamos que era, demostrándonos que no es idéntica a nosotros como suponíamos,
sino diferente.
Lo mismo ocurre cuando en
cualquier otro tipo de relación humana, después de un período de coincidencias
y acuerdos nos encontramos con la divergencia del otro. Es aquí y en este
momento -entre el amor y el odio, como dice el autor- cuando aparece la
ternura. Porque la ternura es la aceptación de que no somos autárquicos, de que
no existen posibilidades de paz y éxtasis permanente, de que nadie existe por y
para darnos deleite, de que todos los humanos somos diferentes y dependemos,
por eso, unos de los otros. La ternura es, en fin, aceptar que necesitamos de
los otros precisamente porque son diferentes, y que esa diversidad y esa
dependencia son la base de la riqueza y estabilidad del ecosistema humano.
La ternura, que se expresa con
palabras, gestos, tonalidades de voz, contactos corporales, actitudes de
reciprocidad y gestos de acogimiento, es la disposición a fomentar y no dañar
nunca la singularidad del otro. La ternura es el cuidado inteligente que
debemos tener en nuestras relaciones con el otro, teniendo siempre presente que
nuestro interlocutor es un ser ávido de afecto, con una personalidad singular y
única pero frágil, que necesita fortalecerse y desarrollarse como requisito
pare ejercer su libertad.
Como dice el doctor Luis Carlos
Restrepo en su obra "El Derecho a la Ternura": "La distancia
entre la violencia y la ternura, tanto en su matriz táctil como en
sus modalidades cognitivas y discursivas, radica en esa disposición del
ser tierno para aceptar al diferente, pare aprender de él y respetar su
carácter singular sin querer dominarlo desde la lógica homogénea de la guerra.
Podremos hablar de ternura en la
política, de ternura en la investigación y ternura en la academia, si en cada
uno de estos campos estamos abiertos a una lógica de la inmanencia, como
sujetos en fuga que se deslizan sobre espacios topológicos donde el juego de
fuerzas, de atracciones y repulsiones, aparece como la materia prima de la
conceptualización. Podremos hablar de ternura si nos aceptamos como sujetos
fracturados, para quienes la única modalidad válida de relación es la
cogestión. Sujetos jugadores, abiertos al intercambio gratuito con la
ignorancia y el azar, que al reconocer la necesidad que tienen de la savia
afectiva, se muestran dispuestos a apostar todo su saber por degustar la tierna
calidez de los instantes”.
"La ternura, como dijera
alguna vez Gabriela Mistral refiriéndose a la canción de cuna que entona la
madre con el niño entre sus brazos, continúa diciendo el autor, es ante todo
una caricia que nosotros nos proporcionamos, pues la madre es tierna con el
niño solo cuando lo es consigo misma. La ternura es un conjuro destinado a
colocar un dique a nuestra agresividad para que no se transmute en violencia”.
La ternura es la certidumbre de
que no poseemos la verdad y que ella debe ser construida con el otro
cogestivamente. Al tener conciencia de no poseer la verdad, no podemos imponer
al otro nuestras ideas.
Cuando imponemos nuestros
pensamientos al otro, ejercemos violencia, puesto que anulamos sus ideas y
sus sentimientos, es decir, su singularidad. La ternura es, pues, un
conjuro contra la violencia, una especie de cancion que, como la canción
de cuna, debe ser cantada cuando la diferencia del otro produce el fracaso
de nuestros deseos y sentimos el impulso de destruirlo o dominarlo.
La ternura exige entonces tener una constante vigilancia sobre nuestra
afectividad y una capacidad de dominio de sí que implica que el sujeto
tierno sea capaz de ejercer su libertad. Los violentos no son libres, sino
esclavos de una emocionalidad que les impide vivir sin destruir
el ecosistema humano.
AGARRAR O ACARICIAR
La violencia es el principal
factor de riesgo de una interpersonalidad sana y su presencia contamina el
ecosistema humano, al eliminar su diversidad fundada en la singularidad de
todos los seres que alberga. Se produce así una crisis ecológica al
entronizarse el monocultivo que rompe las redes de dependencia a través de las
cuales se construyen las cadenas alimenticias de afecto al interior del
ecosistema.
Tal como acontece en el
ecosistema natural, donde la inmunidad de los seres que lo forman está
dada por la convivencia de individuos diferentes, y por tanto, el monocultivo
deja sin defensas a la especie elegida presentándose la crisis ecológica,
en el ecosistema humano la violencia atenta contra la singularidad y
favorece la ruptura de las redes afectivas produciendo una crisis de la
cultura.
La alternativa para esta crisis
es la ternura, protectora suprema de la diferencia de los seres humanos y
fomentadora insuperable de su dependencia mutua.
Pero
decir ternura no equivale a decir sumisión y ni siquiera condescendencia. Por
el contrario, tener la capacidad de ser tierno exige la posibilidad de rechazar
rotundamente la violencia de que se pretende hacernos víctimas, pues tolerarla
nos coloca en riesgo de convertirnos en victimarios.
En la vida cotidiana nos
debatimos minuto a minuto ante la dicotomía de agarrar o acariciar. La mano,
órgano humano por excelencia, sirve para ambas cosas. Mano que agarra y mano
que acaricia, son dos facetas extremas de las posibilidades de encuentro
interhumano.
El agarre, que nos ha perfilado
como grandes constructores de instrumentos, nos ha tornado también sujetos
propagadores de violencia. Cosa diferente es la caricia. Para acariciar debemos
contar con el otro, con la disposición de su cuerpo, con sus reacciones y
deseos. La mano que acaricia es proveedora de ternura.
La línea que separa la caricia
del agarre es bastante tenue. El ejercicio humano por excelencia consiste
en mantener un término medio entre estos dos extremos, como si la mano
estuviera impelida a coger y soltar, agarrar y acariciar, abierta a una
variabilidad de matices que es imposible definir por fuera del contexto en
que se producen. Entre la caricia y el agarre se insinúa un campo de
conflicto nunca resuelto, frente al cual debe levantarse una
permanente vigilancia ética.
El asunto ético por excelencia,
el dilema que a diario nos confronta, el asunto por el cual
debemos definirnos minuto a minuto y día a día, es si
acariciamos o agarramos, pues lo que nos caracteriza como seres humanos es
pasar rápidamente y de manera casi insensible de una esfera a otra.
Enrutarnos hacia la ternura es tener siempre presente, en el horizonte,
la posibilidad de la crueldad, de la violencia, a la que con tanta
facilidad accedemos los seres humanos.
La elección de la ternura coma
paradigma de convivencia conduce a lo que el doctor Restrepo llama la
Insurgencia Civil, que consiste en asumir una decidida posición de respeto al
otro, pero también de exigencia de respeto del otro hacia nuestra
singularidad y diferencia. De esta manera logramos afianzar la democracia,
que no es otra cosa que una caricia social.
EPÍLOGO
EL GATO: EJEMPLO DE
TERNURA
¿Quieres
saber que es la ternura? Busca un gato y acarícialo. Se quedará a tu
lado, dispuesto al arrunche mientras lo acaricies. Pero si lo maltratas, agarrándolo
o golpeándolo, se defenderá con sus uñas y se irá. Lejos de ti el gato no
planeará vengar su ofensa, y volverá.
Si lo
acoges cariñosamente, se aferrará a tu cuerpo con fruición. Más si
en cualquier momento decides tratarlo con violencia, reaccionará agresivo
y se irá de nuevo. Al poco tiempo regresará, y si repites el
experimento se irá de nuevo, hasta que no regrese jamás a tu lado, pero
nunca pensará en vengarse.
El gato es tierno, porque no es violento ni permite que sean violentos con
él. Tú eres superior al gato, porque eres racional, pero también
puedes llegar más bajo que el, porque puedes ser agente de violencia.
El gato es tierno. Tú no eres tierno, pero debes serlo,
rechazando como el gato la violencia en la intimidad, teniendo presente que a
diferencia de él sueles tener deseos vengativos.
Y, también en forma distinta a él,
tiendes a consentir violencias espirituales que, a la postre, te harán
estallar en conductas destructivas. Como tú no sabes aceptar al
diferente debes desde ahora convencerte que nadie es, ni puede serlo,
igual a ti.
Pero debes tambien vigilarte y preguntarte cuando estés con el otro si agarras
o acaricias, si chantajeas afectivamente o das y recibes afecto sin aplastar la
singularidad de los seres con los que te relacionas.
Si logras acceder al alimento
afectivo sin hacerte daño ni aplastar, serás tierno como el gato, tendrás
mérito y él no.
Tú serás feliz, y el gato ... el simplemente
vivirá.
OBRAS DE LUIS
CARLOS RESTREPO
BIBLIOGRAFÍA
-La Trampa de la Razón, Arango Editores, Bogotá, 1989, 180 págs.
-Libertad y Locura, Empresa Editorial
Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, abril 1991, 169 págs.
-Droga y Reconstrucción Cultural, Unidad
Coordinadora de Prevención Integral, Serie Prevenir es construir futuro,
Bogotá, 1992.
- "Ecología Humana: un enfoque alternativo en prevención de la
farmacodependencia", FIESTA A LA VIDA, N2 1, Bogotá, 1993.
-La Droga en el Espejo de la Cultura, Unidad
Coordinadora de Prevención Integral, Bogotá, 1994.
-El Derecho a la Ternura, Arango Editores, Bogotá
(en prensa).
LA PUBLICACION DE ESTA OBRA FUE
POSIBLE MEDIANTE EL APOYO DE COMFACOR
Arte y Diseño
Oficina de Comunicaciones de
Comfacor
Fotomecánica e Impresión
Talleres Gráficos Comfacor
Montería - Córdoba
Es profundamente honroso para mí realizar la entrega de la tercera fase del blog como homenaje a la vida y obra de mi padre Juan Francisco Pérez Mercado, hoy 5 de diciembre, antes de la finalización de este año 2020... pues, es uno de los más entrañables y significativos proyectos de mi vida.
ResponderBorrarGratitud a mi esposa Fabiola por conservar, con tanto cariño, los libros obsequiados a ella con dedicatoria incluida de su puño y letra.
ResponderBorrarEn esta tercera fase se incluyen sus libros y artículos-libros, quedando pendiente únicamente la cuarta, y última, fase de publicación en una página web institucional.
ResponderBorrarAgradeciemientos a Juan Esteban Bohorquez Camacho, sobrino de Fabi, por las labores de foto edición de las dedicatorias autografiadas con puño y letra de mi Padre, lo que los hace ejemplares únicos, pues dota a los libros de un aura especial.
ResponderBorrarMuy orgullosa de ser parte de tu círculo de amigos.....eres fantástico
ResponderBorrarCleo
Oscar gracias por nombrarme en tú artículo, quedo corto en resaltar tus cualidades y virtudes como ser humano y escritor, eso sí hago énfasis que estás cualidades provienen de los genes poéticos de tu señor padre
ResponderBorrarLa obra completa. Eso no tiene precio, es invaluable tanto conocimiento junto en un solo blog. El mundo ya tiene donde beber la ética y moral en su máxima expresión. Luis Alfonso Dix.
ResponderBorrar!!!!Grande don Juan Francisco Pérez Mercado!!!
Oscar, muchas felicitaciones, que buen legado le dejó su papá. Dios quiera que muy pronto esté haciendo parte de las altas esferas del periodismo. José Génneco.
ResponderBorrarOscar, siempre lo he pensado!!!!! Ud. es la copia auténtica de su papá, él les enseñó muchas cosas, les inculcó ser grandes lectores, y ahí se están viendo los resultados; esas enseñanzas no se olvidan, esas enseñanzas las aprendieron y usted. nos las da a conocer, para que así nosotros aprendamos a valorar; su papá siempre el buen catedrático que dejó un legado muy grande y especial que es usted, y a la vez Ud. se lo está transmitiendo a sus hijos, nietas y amigos en común. Fercho.
ResponderBorrarOsquitar, felicitaciones. Tú sabes que soy de pocas palabras, pero sé que eres grande y como dicen los demás, vas a estar en la cima. Se te quiere. Pilar Guaque.
ResponderBorrarEres un magnífico escritor y gracias por compartir…como dijo Jorgito te veremos en las grandes ligas de la literatura. Cleo.
ResponderBorrarFelicitaciones! Muy buen gesto de amor del hijo hacia su padre. Escrito por Alberto Merlano Alcocer.
ResponderBorrarOscar, he leído varios capítulos de la obra del Dr. Juan Francisco. Me ha parecido más que interesantes, de obligada lectura y de profunda reflexión. Me apena profundamente la situación de su amigo Luis Carlos Restrepo, quien fue víctima inocente de quienes le dañan la vida y la honra a los demás y siguen indiferentes pavoneándose por esta patria adolorida y atormentada. La ternura cayó en la trampa de los desalmados. Escrito por Aníbal Márquez.
ResponderBorrarAhora es más fácil la distri(BLOG)ción del pensamiento de tu padre. Escrito por Luis Villalobos.
ResponderBorrarBuenos días, estimado Oscar Excelente homenaje a tu padre y toda tu familia, educados con grandes valores cuyo resultado son esas personas de bien. Escrito por Diego Zapata.
ResponderBorrarOscar, muchas gracias por compartir conmigo esta gran riqueza que le heredó su gran padre. Es no solo una delicia, sino conmovedor leer estos párrafos con aportes del maestro Luis Carlos Restrepo, de quién me duele su destierro y desaparición de la escena del país, pues, al igual que el Dr. Juan Francisco, han sido hombres valiosos que aportaron y siguen aportando inconmensurables enseñanzas. Le alabo el esfuerzo de recopilar y publicar este hermoso y aleccionador trabajo. Me siento orgullosa que Ud. forme parte de nuestra familia. Escrito por Betty Sánchez.
ResponderBorrarHola Coca, te felicito por ese espectacular proyecto honrando la memoria de tu padre, esto demuestra que el amor de familia es lo más hermoso, transparente y gratificante que podamos tener. Un gran abrazo Iván López.
ResponderBorrarOscar, que más puede uno decir, cuando leo sus líneas noto que hay sentimientos de gratitud, añoranzas e ideas para el futuro. Usted es un versado de las letras, plasma en cada escrito su esencia humana. No deje de hacerlo, continúe y siga alimentando nuestro ser de bellos escritos. Un abrazo Alberto Campos.
ResponderBorrarOscar, grande eres y estaremos leyendo muy pronto todo lo tuyo en los principales diarios del país. Escrito por Jorge Camargo.
ResponderBorrarGracias Osquitar por hacernos partícipes de estas maravillosas reflexiones. Escrito por Aura San Juan.
ResponderBorrarMuy agradable de leer y poner en práctica!!!!! primero haríamos de nuestros niños seres totalmente solventes y libres y los mayores seríamos menos arrogantes y más conscientes y todos como sociedad podríamos ser más felices. La ternura la ganamos todos, pero la escondemos para no pasar por débiles. Escrito por Héctor Clavijo.
ResponderBorrarOscar, que buenos escritos, temas interesantes y diferentes. Desde el cielo tu padre debe estar orgulloso de ti. Sembró y cultivó una buena semilla. Felicitaciones!!!!!Escrito por Amparito Génneco.
ResponderBorrarHola Oscar! Que grande fue tu padre! Eres un ser humano excepcional, lleno de cualidades humanas y profesionales...como dice el dicho de tal palo tal astilla. Todos los temas muy actuales...lástima que no aprendamos. Escrito por Jenny Márquez.
ResponderBorrarOscar que buena idea has tenido elaborando el blog en memoria de tu padre. Tu familia vivirá resaltando los valores que fueron adquiridos por las enseñanzas y actos propio de un ser recto en todo el sentido de la palabra como lo fue tu padre. En sus escritos, ensayos y crónicas quedó reflejado el amor a su familia y a la humanidad. Tu eres herencia, sigue esa senda en honor de su memoria, otro legado de los Pérez para la humanidad. Escrito por Alberto Campos.
ResponderBorrar