LA PERFECTIBILIDAD HUMANA

 


Presentación

 

El destino no existe como fatalidad, sino como camino de vida. Ese camino conduce a la felicidad si hemos adquirido virtudes, o a la desdicha si hemos adquirido vicios. Unos y otros forman nuestro carácter o Ethos, que depende de nosotros, y del cual a su vez depende nuestro destino.

 

El destino de cada persona está en sus manos, porque somos seres imperfectos pero perfectibles a través del desarrollo de las facultades humanas.


El contenido de este opúsculo permitirá al lector comprender la razón de lo que he afirmado.

 

Lo invito a hacer del suyo un carácter virtuoso, para que su camino de vida lo conduzca a la Felicidad.

 

El autor.

 

CAPÍTULO I. Abandono de la naturaleza

 

    En un momento de su evolución, el hombre fue abandonado por la naturaleza, pero ésta lo compensó dándole las facultades humanas

 

Los hombres estamos condenados a enfrentar la realidad y a habérnosla con ella, desde aquel momento de la evolución en que fuimos <<abandonados>> por la naturaleza. Entonces, en compensación, fuimos dotados con unas maravillosas herramientas para cumplir esa ardua misión.

 

Los otros seres vivos han permanecido bajo la protección infalible y la sabia guía de la naturaleza, a la que pertenecen de modo total.

Las herramientas de dotación del hombre, compensatorias del abandono de la naturaleza, son cuatro facultades: la inteligencia, la voluntad, las tendencias orientadas al bien placentero y las tendencias orientadas al bien arduo. Estas facultades son imperfectas pero perfectibles, lo mismo que el hombre mismo, para cuya perfección aquellas fueron creadas, y el grado de perfección que alcancen unas y otro depende de la educación que reciba cada persona y del interés, la disciplina y el esfuerzo que ella misma ponga en alcanzarlo.

 

Cada facultad tiene sus fines: la inteligencia, el fin de conocer la realidad; la voluntad, el de aceptarla y convertirla en oportunidad, o rechazarla; las tendencias al bien placentero, el de ser fuente de fruición y alegría para la persona, y las tendencias dirigidas al bien arduo, el de satisfacer exigencias del espíritu que trascienden la dimensión sensible del hombre.

 

Todos los hombres, pues, están impelidos, o ligados, por necesidad, a usar esas cuatro facultades, cuya plenitud de ejercicio está sometida a grados que dependen de las virtudes logradas por cada persona. Gracias a esas facultades y no obstante el abandono de la naturaleza, todos los hombres sobreviven o subsisten, pero la plenitud de la existencia de cada persona está condicionada al desarrollo y uso adecuado de las facultades humanas que recibió de dotación para compensar el abandono.

 

CAPÍTULO II. Cómo se desarrollan las facultades

 

    Las facultades humanas son educables, es decir condicionables. la condicionabilidad del organismo del hombre consiste en su capacidad de adquirir hábitos de sentir, pensar, actuar. Aprender equivale a adquirir hábitos

 

 

Cada individuo humano tiene una inteligencia de un cierto tipo y de un nivel determinado, una voluntad lábil o fuerte en grados diferentes, y unas tendencias dominantes, algunas las orientadas al bien placentero y otras las orientadas al bien arduo.

 

Pero todas esas facultades son educables, es decir, pueden ser potenciadas y reforzadas, y de hecho lo son, tanto en el proceso de socialización primaria y secundaria y en el de instrucción, como por causa de una voluntad laxa y hedonista, o de una ejercitada en la ascesis y el combate entre el deseo y la razón.

 

La educabilidad implica capacidad de aprender y esta consiste en la condicionabilidad del organismo.

El que aprende es condicionado a sentir, pensar y obrar de una misma manera ante determinados estímulos. Aprender es adquirir hábitos, es decir, lograr del organismo una impulsión automática a realizar un acto o una serie de actos a partir de una señal que los pone en marcha. La forma de adquirir un hábito es realizar el o los actos que lo constituyen y repetirlos cuantas veces sea necesario. El organismo, con sus complejos y sinérgicos sistemas nervioso, endocrino, motor, cardiovascular, etc., se va adaptando, digamos <<acostumbrando>> o habituando a realizar ese o esos actos como respuesta a los estímulos o situaciones análogos a los que dieron lugar al acto inicial que fue repetido por el sujeto.

Cada estímulo recibido por la persona produce en su sistema nervioso una impresión que deja una huella o engrama, el cual queda enlazado a la huella o engrama que deja también la respuesta o acto provocado por el estímulo. Ese engrama complejo formado en el sistema nervioso de la persona, hace que, al recibir ésta una nueva impresión de un estímulo análogo al estímulo inicial, el engrama complejo se active dando lugar a una respuesta o acto de índole semejante a la respuesta o acto inicial. Dicho en otras palabras, todo acto humano tiene dos dimensiones: una, aquello en lo que el acto consiste, o sea el contenido del acto, y dos, una huella o engrama que el acto deja en el sistema nervioso del sujeto que realiza el acto. Esta huella que implica una tendencia a repetir el acto constituye la base del aprendizaje, que se va consolidando con la repetición, hasta la formación y perfeccionamiento del hábito.

 

CAPÍTULO III. Los hábitos van

formando el carácter

 

    Con los actos que realizamos vamos adquiriendo hábitos que configuran nuestro modo de ser, carácter o Ethos, el cual va tejiendo nuestro destino.

 

En el proceso de socialización, especialmente en la socialización primaria, realizamos múltiples aprendizajes, <<pasivamente» en el sentido de que no analizamos ni juzgamos su contenido y por lo tanto no hacemos resistencia a la realización reiterada del acto o los actos, los cuales al ser aprendidos toman la forma de hábitos.

Durante la socialización secundaria también adquirimos muchos hábitos, pero frente a los actos que los conforman somos activos y solemos evaluarlos, prefiriendo unos y rechazando otros. Los hábitos pueden ser buenos, y en este caso se llaman virtudes, o malos, y entonces se llaman vicios.

 

 

En todo caso, todos los hábitos (aprendizajes) que adquirimos van modelando nuestro modo de ser característico, el cual resulta de la combinación de las dos realidades que nos constituyen, a saber: la realidad natural y la realidad adquirida. Nuestra realidad natural está conformada por la constitución física, la inteligencia y el temperamento. Sobre esta realidad, con la que venimos al mundo, se va montando la realidad adquirida, constituida por los aprendizajes (hábitos) que hemos adquirido, formándose así nuestro modo de ser, o sea nuestro carácter o Ethos.

El carácter o Ethos de una persona es la configuración total de sus hábitos (Segunda Naturaleza) construidos en intrincada relación con nuestra realidad natural (Primera Naturaleza). De esta fusión surge el carácter y de este brotan los actos de la persona.

Gordon Allport define el carácter como «La configuración dinámica, al interior del individuo, de los sistemas psicofísicos que determinan su pensamiento y su acción». De esta definición se infiere que son los aprendizajes configurados en sistemas psicofísicos los que determinan o causan el pensamiento y los actos de una persona. En otras palabras: son nuestros hábitos los que determinan nuestros actos.

 

Resulta pues evidente que nuestros hábitos son automatismos de conducta, configuran nuestro carácter, potencian y refuerzan nuestros cuatro facultades de dotación para enfrentar la realidad y habérnosla con ella. Esta potenciación y estos refuerzos son fruto de aprendizajes que adquirimos en el proceso de socialización.

 

Empero, con nuestra capacidad de seres inteligentes, volitivos y libres, podemos superar los determinismos de nuestros hábitos y realizar actos elegidos por nosotros.

 

 

 

CAPÍTULO IV. Cada facultad tiene su virtud propia

 

    Como seres inteligentes y volitivos podemos adquirir hábitos buenos o virtudes, o hábitos malos o vicios. Las virtudes potencian y refuerzan las facultades humanas y constituyen la riqueza del carácter.

 

Pero los seres humanos adultos no somos meros receptores, pasivos o activos, de modelos de conducta que imitamos e interiorizamos en el proceso de socialización. Somos seres inteligentes, vale decir, capaces de conocer la realidad y de juzgarla coma buena o mala, y además somos seres volitivos, o sea, que tenemos capacidad de preferir lo bueno y decidirnos por ello, convirtiéndolo en contenido de nuestros actos, y de rechazar lo malo.

 

Con esas dos facultades, pues, podemos aprender actos o conductas elegidos por nosotros, y formar con ellos hábitos buenos que conformen nuestro modo de ser, esto es, nuestro carácter o Ethos. Igualmente podemos desaprender hábitos malos (vicios).

 

Con esos hábitos buenos o virtudes potenciamos y reforzamos las cuatro facultades con que fuimos dotados, elevando su nivel de perfección, es decir, desarrollando su perfectibilidad.

 

Cada una de las cuatro facultades de dotación humana tiene una virtud (hábito bueno) que potencia y refuerza su misión, favoreciendo el desarrollo de la perfectibilidad humana: la inteligencia, la virtud de la prudencia; la voluntad, la virtud de la justicia; las tendencias orientadas al bien placentero, la virtud de la templanza, y las tendencias orientadas al bien arduo, la virtud de la fortaleza o valor.

  

CAPÍTULO V. Nuestro carácter depende de nosotros

 

    Las cuatro facultades humanas, compensatorias del abandono de la naturaleza, se perfeccionan con
las respectivas virtudes


La prudencia es el hábito de pensar antes de actuar. Consiste en esforzarse siempre por conocer la realidad sobre la cual se va a actuar, antes de realizar el acto. Si no se conoce la realidad que se enfrenta y con la cual hemos de habérnosla, el acto o los actos que realicemos serán desacertados. Solo conociendo la realidad sobre la cual hemos de actuar, podemos acertar. Por eso la prudencia es llamada la virtud del acierto y es la madre de todas las virtudes, puesto que sin conocer la realidad sobre la que hemos de actuar no es posible ser justo, ni templado, ni valeroso o fuerte. Pero la virtud de la prudencia exige como complemento un conocimiento intelectual creciente para comprender la realidad, que a menudo es compleja y difícil.

A su turno, la facultad de la voluntad tiene su propia virtud que la potencia y refuerza, a saber: la justicia. Este es un concepto ambiguo que puede ser, objetivo cuando se refiere al resultado de dar a cada uno lo que le corresponde, o subjetivo cuando se trata de una disposición constante de la voluntad del sujeto a dar a cada uno lo que es suyo. En este último caso es una virtud y por tanto se trata de un hábito adquirido voluntariamente por el sujeto. Los actos del hombre suelen ser relacionales y por tanto afectan la esfera de otro. Por eso la persona debe tener la disposición volitiva constante para dar a cada uno lo que le corresponde, disposición en la cual consiste la virtud de la justicia, potenciadora y reforzadora de la voluntad. 

 

Por su parte, las tendencias orientadas al bien placentero tienen también una virtud que las hace eficaces en su contribución a la perfectibilidad humana: la virtud de la templanza. Esta consiste en la capacidad de separarse del goce de un placer determinado cuando sentimos que ese placer nos absorbe y aparta de otros placeres, robándonos la alegría, que es el resultado de disfrutar con mesura de todos los placeres lícitos que están en el horizonte de nuestra vida. La templanza no es la virtud de la privación del placer, sino la virtud del goce mesurado de cada placer resistiendo su fuerza absorbente y excluyente. 

 

Y, finalmente, las tendencias orientadas al bien arduo cuentan también con una virtud que las potencia y refuerza, que es la virtud de la fortaleza o valor. Perseguir un bien arduo, es decir, elevado y difícil, es a menudo tarea peligrosa que suele causarnos desánimos, temores, miedos, que nos inducen a abandonar la lucha que se precisa para alcanzar tal clase de bienes. La fortaleza o valor nos ayuda a superar el poder debilitante y paralizador del miedo, impulsándonos a obrar a pesar de la presencia de éste. No se trata de eliminar el miedo, que es ineliminable, sino de superarlo; en otras palabras, se trata de actuar en cumplimiento del deber asumido como ideal, a pesar de los efectos paralizantes del miedo. 

 

 

CAPÍTULO VI. Las virtudes ennoblecen el carácter

   

 Las puertas de una vida plena y lograda solo se abren si desarrollamos la perfectibilidad de las cuatro facultades humanas, mediante la adquisición de las respectivas virtudes cardinales

 

 

Las cuatro virtudes nombradas y sucintamente explicadas, son llamadas virtudes cardinales. El termino viene de <<cardo>> que significa <<quicio>> (el quicio de la Puerta), por lo cual se dice que las virtudes cardinales son el quicio sobre el cual gira y se abren las puertas de la vida.

 

De estas virtudes cardinales se desprenden diversas virtudes importantes, aunque menores respecto a las cardinales, que por eso son llamadas también virtudes fundamentales. Las cuatro facultades que nos fueron dadas para compensar el abandono de la naturaleza alcanzan, cada una, grados de perfección si la persona hace uso de ellas valiéndose del ejercicio de la virtud correspondiente en cada caso.

De este modo la persona acierta con su acto gracias a la virtud de la prudencia; es justa merced a la virtud de la justicia, mantiene la alegría gracias a la virtud de la templanza, y no se rinde ante los embates del miedo o el desánimo en su prosecución de bienes arduos, gracias a la virtud de la fortaleza o valor.

 

Una perfección total es inalcanzable para los seres humanos, pero con las virtudes cardinales sí pueden lograr grados de perfección que les proporcionan plenitud y realización.

 

Una persona sin virtudes cardinales tendrá inevitablemente una vida de medianía, sin plenitud ni satisfacciones provenientes de la realización de sus potencialidades humanas.

 

Las virtudes, así como los vicios, forman parte del carácter de la persona, del cual brotan sus actos. La nobleza del carácter o su villanía, pues, dependen respectivamente de las virtudes y los vicios, que son adquisiciones voluntarias (realidad adquirida) del sujeto.

 

Para adquirir virtudes son imprescindibles una educación adecuada, un interés personal fuerte y constante, disciplina, esfuerzo y combates permanentes. Y sólo con ellas puede desarrollarse la perfectibilidad humana. Como decía Nietzche, el hombre es una cuerda tendida entre la bestia y el superhombre; cuerda tendida sobre un abismo. Entendiendo al superhombre, no a la manera Nietzcheana, sino como persona que desarrolla su humanidad, consideramos apropiado el pensamiento citado para expresar la idea de que, sin virtudes cardinales, el hombre no puede alcanzar una vida plena y lograda.

 

 

                                    GLOSARIO

 

Arduo: Elevado y difícil 

Ascesis: AusteridadDisciplina corporal.

 

Condicionado: Que responde a estímulos neutros de vivencias anteriores que estuvieron asociados a estímulos absolutos.

Engrama: Impresión o huella dejada por un estímulo en el sistema nervioso.

 

Ethos: Carácter moral. Realidad adquirida que constituye el modo de ser fundamental de una persona.

 

Goce: Deleite.

 

Hedonista: Proclive al placer como fin de la vida.

 

Lábil: De contextura moral deficiente

Arduo: Elevado y difícil.

Bibliografía

 

Allport Gordon W., La Personalidad, 1980 Editorial Herder, séptima edición.

 

Fromm Erich, Psicoanálisis de la Sociedad Contemporánea, primera edición, 1955, Fondo de cultura económica.

 

Llano Cifuentes Carlos, Dilemas Eticos de la Empresa Contemporánea, primera edición 1997. Fondo de cultura económica. México.

 

García Maynez Eduardo, Filosofía del Derecho, 12a edición 2000. Editorial Porrua.

 

Este libro se terminó de imprimir en agosto del año 2005 en Montería- Córdoba

 

  

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